Hoy el conflicto llegó a uno de sus puntos más altos. El ejército de Israel está lanzando un ataque a El Líbano que puede ser el principio de un conflicto mucho más profundo y extendido en tiempo y territorio. Pero esto constituye el análisis estratégico y la proyección geopolítica del conflicto. Lo que prioritariamente no podemos dejar de considerar es lo que pasa hora tras hora, es decir, la destrucción de miles de hogares árabes, el asesinato de civiles inocentes, el terror que se ha desatado nuevamente, y sobre el cual la comunidad internacional, en general, mantiene una posición ambigua.
Para justificar las nuevas agresiones sobre Gaza y El Líbano, Israel habla del secuestro de dos soldados. Pero si por ese hecho se puede fundar el bombardeo indiscriminado sobre ciudades y la matanza de cientos de personas, entonces cabe preguntarse a qué tienen derecho, por ejemplo, los palestinos que ven su país invadido, con cientos de miles de víctimas del fuego israelí. Si aplicáramos el mismo pensamiento esgrimido hoy por los israelíes, deberíamos entonces afirmar que está claro que los palestinos podrían ejercer "con todo derecho" una fuerza brutal multiplicada contra sus enemigos, si ello les fuera posible.
Mientras son asesinados palestinos y libaneses, organismos como la ONU, que en teoría deberían "velar por la paz internacional", se dedican a condenar a los norcoreanos por haber disparado siete misiles al mar. Sin embargo, un repudio directo y enérgico a Israel, no se ha visto por la comunidad internacional, sobre todo gracias a la intervención de Estados Unidos y su poder de veto en el Consejo de Seguridad y a la habitual incapacidad para resolver los verdaderos problemas mundiales de la que esta entidad ha hecho gala desde su misma creación. También el G8, donde están nucleados los países más industralizados del mundo, se muestra complaciente al emitir una declaración consensuada en la que únicamente se critica a la resistencia palestino-libanesa, pero omite hacer cualquier mención a las agresiones perpetradas por los israelíes.
Por su parte, Siria e Irán están en alerta, sabedoras de que es muy posible que si el conflicto no se detiene, pronto se vean involucradas en esta guerra. Pero a diferencia de Palestina y El Líbano, ambas naciones poseen ejércitos que podrían quebrar la superioridad tecnológica israelí y así desatar un conflicto de proporciones insospechadas.
Ahora bien, frente a este panorama, en el cual se observa que Israel cuenta hasta ahora con el apoyo político de EE.UU. e Inglaterra pero con un panorama militar que pronto se podría complicar, cabe preguntarse también el por qué Moshe Katzav, presidente de Israel y Ehud Olmert, canciller del régimen y sucesor de Ariel Sharon, han decidido emprender esta guerra.
Respuesta a esta interrogante habrá muchas, desde escenarios y posturas religiosas, históricas e ideológicas diversas. Sin embargo, llama poderosamente la atención lo irracional, agresivo y discriminatorio de los ataques israelíes a El Líbano. Quizás los argumentos vayan más allá de los soldados secuestrados, sino más bien por intereses económicos y territoriales que hace de esta guerra un mal argumento para detener el poder árabe e islámico y su fortalecimiento tecnológico, como así también, el reposicionar el rol de “víctimas del terrorismo” que sustentan las acciones del sionismo en el mundo.
Me permito declarar con fuerza ¡No al Terrorismo!, venga de donde venga. Con ello pretendo aportar a la reflexión en torno a que una guerra que destruye indiscriminadamente un país, mata a miles de ciudadanos inocentes y hace huir de sus territorios a miles y miles de personas, dejando sus seres queridos, sus bienes y sus vidas, también encaja perfectamente en lo que denominamos Terrorismo.