miércoles, 26 de julio de 2006

Una Vez Más: Conflicto en el Medio Oriente

Guerra y Medio Oriente han sido desde hace décadas un triste sinónimo. Los motivos son variados, pero sin duda que uno de los más importantes se refiere al pensamiento intolerante y colonialista que tienen algunos países, los que a punta de cañón usurpan pueblos y tierras que no les pertenecen, haciendo uso de toda la ayuda que las potencias con intereses económicos en esos territorios le pueden facilitar.

Hoy el conflicto llegó a uno de sus puntos más altos. El ejército de Israel está lanzando un ataque a El Líbano que puede ser el principio de un conflicto mucho más profundo y extendido en tiempo y territorio. Pero esto constituye el análisis estratégico y la proyección geopolítica del conflicto. Lo que prioritariamente no podemos dejar de considerar es lo que pasa hora tras hora, es decir, la destrucción de miles de hogares árabes, el asesinato de civiles inocentes, el terror que se ha desatado nuevamente, y sobre el cual la comunidad internacional, en general, mantiene una posición ambigua.

Para justificar las nuevas agresiones sobre Gaza y El Líbano, Israel habla del secuestro de dos soldados. Pero si por ese hecho se puede fundar el bombardeo indiscriminado sobre ciudades y la matanza de cientos de personas, entonces cabe preguntarse a qué tienen derecho, por ejemplo, los palestinos que ven su país invadido, con cientos de miles de víctimas del fuego israelí. Si aplicáramos el mismo pensamiento esgrimido hoy por los israelíes, deberíamos entonces afirmar que está claro que los palestinos podrían ejercer "con todo derecho" una fuerza brutal multiplicada contra sus enemigos, si ello les fuera posible.

Mientras son asesinados palestinos y libaneses, organismos como la ONU, que en teoría deberían "velar por la paz internacional", se dedican a condenar a los norcoreanos por haber disparado siete misiles al mar. Sin embargo, un repudio directo y enérgico a Israel, no se ha visto por la comunidad internacional, sobre todo gracias a la intervención de Estados Unidos y su poder de veto en el Consejo de Seguridad y a la habitual incapacidad para resolver los verdaderos problemas mundiales de la que esta entidad ha hecho gala desde su misma creación. También el G8, donde están nucleados los países más industralizados del mundo, se muestra complaciente al emitir una declaración consensuada en la que únicamente se critica a la resistencia palestino-libanesa, pero omite hacer cualquier mención a las agresiones perpetradas por los israelíes.

Por su parte, Siria e Irán están en alerta, sabedoras de que es muy posible que si el conflicto no se detiene, pronto se vean involucradas en esta guerra. Pero a diferencia de Palestina y El Líbano, ambas naciones poseen ejércitos que podrían quebrar la superioridad tecnológica israelí y así desatar un conflicto de proporciones insospechadas.

Ahora bien, frente a este panorama, en el cual se observa que Israel cuenta hasta ahora con el apoyo político de EE.UU. e Inglaterra pero con un panorama militar que pronto se podría complicar, cabe preguntarse también el por qué Moshe Katzav, presidente de Israel y Ehud Olmert, canciller del régimen y sucesor de Ariel Sharon, han decidido emprender esta guerra.

Respuesta a esta interrogante habrá muchas, desde escenarios y posturas religiosas, históricas e ideológicas diversas. Sin embargo, llama poderosamente la atención lo irracional, agresivo y discriminatorio de los ataques israelíes a El Líbano. Quizás los argumentos vayan más allá de los soldados secuestrados, sino más bien por intereses económicos y territoriales que hace de esta guerra un mal argumento para detener el poder árabe e islámico y su fortalecimiento tecnológico, como así también, el reposicionar el rol de “víctimas del terrorismo” que sustentan las acciones del sionismo en el mundo.

Me permito declarar con fuerza ¡No al Terrorismo!, venga de donde venga. Con ello pretendo aportar a la reflexión en torno a que una guerra que destruye indiscriminadamente un país, mata a miles de ciudadanos inocentes y hace huir de sus territorios a miles y miles de personas, dejando sus seres queridos, sus bienes y sus vidas, también encaja perfectamente en lo que denominamos Terrorismo.

El último acontecimiento que marca esta jornada de violencia irracional es el asesinato de 4 observadores de las Naciones Unidas al sur de El Líbano. Quizás esta señal de irracionalidad por parte de Israel sea una muestra más de que al terrorismo que dicen combatir, no se le puede derrotar con acciones bélicas que fácilmente también calificarían de terroristas. Con ello, estarían de alguna manera legitimando las acciones que ha emprendido Hesbolá. No se le puede hacer frente con las mismas armas, pues ello hace no distinguir con claridad quien está verdaderamente por erradicar la violencia, la intolerancia, la discriminación y el terrorismo en el mundo.

jueves, 13 de julio de 2006

Estado, Gobierno y Ciudadanía Juvenil

En el contexto del último estudio realizado por la empresa Adimark, en que constata que en el mes de junio de 2006, el nivel de aprobación a la gestión de la presidenta de Chile Michelle Bachelet cayó 10,3 puntos porcentuales, situándose ahora en el nivel de 44.2% de aprobación, surgen diversas interpretaciones y análisis, los que transitan desde los enmarcados por la autocomplacencia, la autocrítica, las cegueras de no querer ver los problemas, como así también de aquellos que ven en estos resultados oportunidades de hacer mejor las cosas.

Sin embargo, me quiero detener en un antecedente que es pertinente destacar, más aún cuando fuimos espectadores de un “movimiento ciudadano” que sin duda alguna trastocó las agendas del Estado, de las organizaciones sociales y gremiales, como así también, en la forma de mirar a un grupo social altamente excluido en Chile, como los es la juventud.

Respecto de ello, el estudio de Adimark indica que el nivel de rechazo, o desaprobación a la gestión presidencial, alcanza en junio al 34.8%, con un alza significativa respecto al 20.9% observado en mayo. La presidenta deteriora su apoyo muy marcadamente entre los jóvenes, especialmente en el tramo 18-24 años de edad. En este grupo, su nivel de aprobación cae casi 13 puntos con una fuerte subida en el rechazo. Esto prueba que los efectos del conflicto estudiantil no se habían terminado de reflejar en la encuesta de mayo de 2006.

Sin embargo, más allá de las coyunturas y conflictos por los que pase un país, el tema de la tensa relación que ha existido desde muchos años entre el Estado, los Gobiernos y la juventud, debieran ser abordados con seriedad, rigurosidad y voluntad política. Pienso que hoy en día en Chile se abren oportunidades inimaginables de avanzar en esta materia, que transita por la participación, el derecho, la ciudadanía y las reivindicaciones.

En este contexto, vale mirar y adentramos en descubrir las claves de la participación juvenil en nuestra sociedad actual. Así nos encontramos con diversas esferas que nos muestran un panorama muchas veces nada alentador. La juventud “no está ni ahí”, dicen algunos. Sin embargo, estas miradas están condicionadas al lente que se ha optado usar para ver la realidad cuando nos referimos a su participación en su vida social y comunitaria. Es así que abordar la “ciudadanía” como un eje central en esta discusión, nos permite adentrarnos en el verdadero sentido que tiene para la juventud la participación y su protagonismo social. Esto implica precisar cuál es el alcance que la “ciudadanía” tiene para la realidad juvenil de hoy, y cuál es el horizonte que se asoma para el futuro de la región y el país.

Visto desde esta perspectiva, una mirada es que la “ciudadanía” responde a una construcción de tipo histórica, donde elementos de orden político y cultural han ido configurando concepciones del derecho, del poder y del funcionamiento de la vida en sociedad. Es así que en un primer momento la concepción liberal nos remitió a una idea de “ciudadanía” que implica el ejercicio de derechos civiles y políticos. Dicho de otra manera, el ciudadano es el “individuo” que, a través del ejercicio de ciertos derechos, protege su libertad, participando del sistema político a través del acto de emitir el voto y a través de la representación que ejercen los poderes ejecutivo y legislativo.

Dado lo limitado de esta concepción, que en el caso de la juventud tiene consecuencias prácticas al ser ciudadano sólo aquel que participa formalmente del sistema político votando y eligiendo, se desarrolla una concepción de orden socialdemócrata que se funda en la inclusión de nuevos derechos (económicos, sociales y culturales) hablándonos del ciudadano como aquel que es depositario de derechos que le son propios: trabajo, salud, educación, vivienda, identidad cultural, etc. Por lo tanto, se traslada el tema de la “ciudadanía”, de lo individual a una dimensión más colectiva, y luego desde el puro ejercicio de derechos liberales a un conjunto de nuevos derechos que le corresponde a la sociedad entera garantizar. Si observamos esta definición, el concepto de “ciudadanía” no sólo se limita a la dimensión de la participación política, sino al conjunto de prácticas de asociatividad y de comunicación del espacio público.

Pienso que es ésta la concepción de “ciudadanía” que el Estado debiese adoptar y profundizar. Por ello, más que referirnos a la titularidad de derechos, el acento debe estar puesto en el fomento de una cultura participativa en los jóvenes que posibilite el desarrollo de una ciudadanía activa y responsable, interviniendo desde su entorno en la construcción de una sociedad democrática, solidaria y tolerante. El desafío fundamental de esta concepción de “ciudadanía” es el impulso a políticas que reconozcan las formas propias de participación, expresión y organización de los jóvenes. En torno a esto, subyace la emergencia del reconocimiento y aceptación de la diversidad como elemento característico de los mundos juveniles. El “derecho a ser diferente” obliga al desarrollo de acciones que equilibren armónicamente igualdad y diferencia.