Diversas instancias nacionales e internacionales, como el Programa Internacional para
Estudios realizados en Chile en la última década permiten sostener que los niños y niñas nunca imaginaron ni buscaron ser envueltos en explotación sexual. Sus testimonios refieren que unos cuantos fueron iniciados por la propia familia, otros por terceros y algunos como continuación del abuso sexual. Para algunos, la transacción significa dinero, objetos, alimentos; para otros, droga y "formas variadas de pago". En ciertas situaciones, la familia aún existe; en otras, sólo la calle y los pares. La escuela es un recuerdo e incluso un anhelo, ya que la mayoría no alcanzó la educación básica completa.
Estos y otros hechos deben ser asumidos como evidencias de una realidad social que demanda decisiones políticas, económicas, sociales y legales urgentes. Igualmente, los antecedentes relativos a los clientes y proxenetas confirman que un requisito esencial para hacer frente a las prácticas de explotación sexual comercial infantil, producir cambios significativos y hacer visible el problema, son las estrategias coordinadas de carácter preventivo.
Finalmente, el compromiso social e institucional con las víctimas, debe dar señales concretas. Se requiere una urgente preocupación de diversos sectores, como parlamentarios, instituciones públicas y privadas, ONGs, organismos internacionales y sociedad civil, a continuar buscando formas de generar mayor conocimiento sobre la explotación sexual de niños y niñas, con el claro objetivo de interrumpir esta práctica, reparar el daño que se les ha causado y ofrecerles la posibilidad de reinsertarse familiar y socialmente.
Toda iniciativa enmarcada en
Lo importante de todo esto es tener el pleno convencimiento que detrás de todo niño, niña o adolescente explotado sexualmente, hay un adulto inescrupuloso que debe ser denunciado y castigado.