Es en este contexto que me interesé en el artículo publicado por José Antich, Director del Diario electrónico español “La Vanguardia”, quien, en pocas palabras y en un simple pero certero comentario, nos indica que la reunión de ayer en Bruselas de los ministros del Interior y Justicia de la Unión Europea ha dejado claras dos cosas: cada vez parece más difícil dar con el plan preciso para luchar contra el terrorismo islámico -cuyo complejo entramado se ha escapado definitivamente de las manos de todas las policías del mundo- y cualquier medida que se ponga en marcha va a acabar suponiendo de una u otra manera un cierto recorte de las libertades.
Es así de duro y de cierto. La única duda es saber hasta dónde están dispuestos los gobiernos a actuar con medidas que van a ser sin duda impopulares y que van a tener una gran contestación.
El temor expresado por los diferentes países amenazados directamente por el terrorismo islámico están planteando en estos momentos iniciativas que hace bien poco tiempo eran implanteables, porque carecían del mínimo consenso. Pero como sucedió tras el 11-S y el 11-M, con el 7-J se ha extendido aún más la idea de que no hay un sitio seguro.
De todo esto, lo que más me genera cierta desazón, es que las informaciones que conocemos a partir de Scotland Yark de los terroristas de Londres nos ofrecen un perfil más inquietante que en Nueva York y Madrid. Son jóvenes con la ciudadanía británica y, en algún caso, miembros de familias que no pasan penurias económicas. Por eso la desarticulación de las células terroristas parece casi misión imposible. Hoy no se sabe con certeza plena “quien es quien”.
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