De esta forma, acuñamos conceptos como excéntrico, honorable y elegante con sólo observar a quienes nos rodean. Sin duda, esta es una infranqueable manera de simplificar nuestro mundo, de conformar esa estructura cognitiva que tenemos en nuestra cabeza y que trata de replicar nuestra realidad circundante. Todas y todos lo hacemos. Para todos nosotros los japoneses son buenos trabajadores y los alemanes son buenos para la cerveza; sin embargo, es imperativo tener el suficiente criterio para asumir que también hay japoneses remolones y alemanes abstemios.
Lamentablemente, esta simplificación de conceptos nos ha llevado, históricamente, a crear los grandes prejuicios con que se han segregado a mujeres, razas y formas de pensamiento. Hoy, estas segregaciones siguen vigentes y aunque mucho se habla de esto, poco se enraíza en nuestra mentalidad la apertura, tolerante y no discriminatoria, necesaria para conformar una sociedad pluralista, sana y armoniosa.
Uno de los grupos discriminados a diario y de manera casi estructural en nuestra sociedad, son los y las jóvenes. La mayoría no tiene derecho a voto, lo que los hace objeto menos valioso para los candidatos y sus ofertas, que luego estructurarán las políticas del país. Tampoco son reconocidos como actores sociales relevantes y gestores de grandes iniciativas. Sin embargo, ellos manifiestan sus inquietudes, sus expectativas, sus sueños y las canalizan a través de diversas agrupaciones, sean éstas religiosas, estudiantiles, deportivas, comunitarias o culturales.
Lamentablemente, esta segregación inyecta en algunos sectores de la juventud un velo de resentimiento expresado desde formas particulares de vestirse o hablar, hasta actos reñidos con las normas sociales.
Sin duda, es tiempo de derribar el concepto de delincuencia, irresponsabilidad y desinterés del término “juventud”. Dejemos de postergar a la juventud y incentivémosla a dar un paso adelante en su desarrollo como personas, como ciudadanos, como hombres y mujeres necesarios en nuestra sociedad.
El desafío está presentado, Chile del bicentenario, con mejores puentes y carreteras, pero también con mejores ciudadanos y ciudadanas, capaces de tomar decisiones, de asumir desafíos y hacerse cargo del futuro de sus barrios, de sus ciudades y de su país. Ya lo están haciendo.
La invitación está hecha, Chile del Bicentenario, con la juventud de hoy se construye el país que queremos.
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