sábado, 9 de julio de 2005

Pedrino, "Avísale" Pampino...

Bajo un sol quemante en el desierto de Atacama, la Oficina Salitrera de Pedro de Valdivia se encuentra en las cercanías de Antofagasta, II Región. Su historia data de 1911, cuando Guggenheim Brothers compró Chuquicamata y desarrolló esa gigantesca mina de cobre, bajo la conducción del ingeniero Elías Antón Cappelens Smith.


Durante más de una década, Cappelens estudió la tecnología de la industria salitrera (Cantón Central y Toco) y diseñó un nuevo método para extraer y purificar el caliche, basado en la tecnología mecánica empleada en el cobre y usando baños de disolución de gran tamaño y baja temperatura. Se patentó como Sistema Guggenheim.

En 1924, Guggenheim Bros. compró al Fisco chileno los terrenos del salar del Miraje, para inaugurar la oficina María Elena, en 1926, y Pedro de Valdivia, en 1931. Ambas plantas fueron gigantescas comparadas con las oficinas salitreras de la época y alcanzaron una producción conjunta de 1.220.000 ton/año, trabajando caliches de baja ley y a menor costo. Como resultado de esta nueva tecnología, en 1930 Guggenheim Bros. absorbió al Grupo Lautaro Nitrate Co., propietario de salitreras del Cantón Central, para formar la Anglo Lautaro Nitrate Co. En 1950 se construyó la planta Coya, perfeccionando la técnica de evaporación solar. En 1965, la empresa pasó a poder de la Sociedad Química y Minera de Chile, Soquimich.

A comienzos de 1996 esta oficina fue despoblada. Sin embargo, son muchos los corazones y las energías hechas hombres y mujeres que merodean por doquier. Son muchos esparcidos por la faz de la tierra. Tarapacá hoy alberga a algunos. Así es entonces que nace el Pampino (mi seudónimo en este juego de las palabras y las comunicaciones), aquí emerge un “Pedrino pata rajá" y es aquí donde se inspira "Avísale" Pampino (saludo tradicional de los nortinos para con los amigos), como un espacio de conversación del ayer, del hoy y de lo que a cada uno de nosotros nos corresponde en la construcción del futuro.

LA PAMPA

Como si, allí, hubiese sufrido el mundo una horrible quemadura de
maldiciones, se muestra la pampa. Es el énfasis de la soledad esta tierra,
donde las piedras parecen un llanto seco y detenido. Sólo un personaje
puede medirla, enteramente, sin que sus ojos se vuelvan dos cuencas de
espanto: el sol.

Un árbol o un pájaro en la pampa, quizás si atrajesen el cielo a sus
huellas devorantes, como un traje delicado a una piel demasiado violenta y
lastimada. Yo he visto temblar el horizonte de la pampa, como el límite
mismo de la vida.

De Hombre de cuatro rumbos.

Andrés Sabella. Antología del Norte Grande. Editorial Nascimiento. Santiago 1978. pp 39.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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